Capítulo 146
Anastasia no pudo evitar el sentimiento de realización al ver cómo desaparecia el cerdo.
–Señor Palomares, ¿está deliciosa la comida que mi mami preparó? –preguntó Alejandro de forma inquisitiva.
–Sí. Es excepcional.
Elías no pudo evitar elogiar a Anastasia e incluso la observó mientras lo decía. Ella tosio ligeramente y dijo:
–Deberías servirte más si te gusta.
–Ya no tienes arroz –se quejó Elías.
Anastasia se quedó sin palabras mientras lo miraba.
«¿Cuántas porciones de arroz se comió?
–Eh… A la próxima haré más arroz. No calculé bien hoy –respondió Anastasia con timidez.
En ese momento, Elias bajó sus cubiertos y eructó, lo cual causó que Anastasia casi estallara de
día implicar que no había comido lo suficiente cuando estaba tan lleno como para eructar? Incluso se cubrió la boca antes de acercarse a un vaso que vio en el estante que tenía al lado antes de beber el agua que tenía adentro de inmediato.
–Oye! Eso es mío! –exclamó Anastasia de inmediato.
–No tengo problema con eso –dijo Elías con una sonrisa traviesa mientras bebía.
– Mami, voy a ir a pasear con el señor Palomares! ¿Vas a venir más tarde?
– iClaro! ¡Ustedes vayan primero! –respondió Anastasia.
Alejandro bajo las escaleras con alegría para pasear tomando de la mano con Elías. Esa era la primera vez que Anastasia se sentia segura al encargar a su hijo con un hombre que no era Franco o Miguel. A decir verdad, ella estaba algo sorprendida de sí misma mientras se preguntaba cuando había asimilado a Elías en su vida con tanta facilidad. Al parecer, algunas cosas no podían impedirse. A pesar de que ella dijo que jamás tendría ningún tipo de relación con él, sus vidas se habían enredado sin que ella se diera cuenta.
– iDe nuevo, señor Palomares!
Anastasia no estaba muy lejos y los observó sin interrumpirlos. A decir verdad, la escena de ambos jugando juntos le recordaba a un padre con su hijo. Además, Alejandro se parecía mucho a Elias. Al ver que Alejandro insistía en quedarse en el pasamanos, Elias lo acompañó con paciencia e incluso se reía un poco de vez en cuando.
Elías lucía alto y firme debajo de la luz con Alejandro. Sus mangas estaban arremangadas y sus brazos musculosos estaban expuestos mientras sus pantalones ilustraban las líneas fuertes y
firmes de sus caderas y sus piernas. Había algo hipnotizante en él y Anastasia no pudo evitar observarlo. Después, decidió que ya era tarde y no debían quitarle más tiempo a Elias.
– Vamos a casa, Alejandro! –gritó Anastasia mientras se acercaba a su hijo sudoroso.
– Todavía quiero jugar, mami — dijo Alejandro, quien estaba muy entretenido pues rara vez tenía la oportunidad de jugar de forma tan ardua.
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